Wednesday, July 23, 2008

Mañanas robadas.



Son las siete de la mañana y me despierto hundido en un edredón de plumas. No es mi cama, sino la de un hotel. Mirando a través de la ventana se puede contemplar un precioso amanecer en la naturaleza. Es un hotel rural muy, muy al norte de Europa; sus habitaciones se agrupan en unos pocos bungalows a doscientos metros de la orilla de un sereno lago. Éste actúa como espejo de la sierra que se encuentran en la otra orilla y cuyos picos están nevados. No sólo las montañas se miran en ese espejo, también la luz del sol se refleja en él y en el lomo de unos caballos que pastan cerca del agua. A este agradable despertar le sigue un opíparo desayuno. La empresa paga.



Con el estómago y las pupilas alimentadas me pongo manos a la obra, que esta jornada de convivencia organizada por la compañía incluye, además de paseos a caballo, varios trabajos en grupo. En el mío me ha tocado una guapa y madura administrativa, un doctorado con altura de baloncestista que me hace reír con su continuo sarcasmo aprendido en colegio inglés, y el CEO (Director Ejecutivo) de la compañía.


Todas las mañanas me levanto con enorme energía, pero en esta voy doblemente cargado por la belleza del entorno natural y la sensación de vacaciones que me ha dado dormir en un hotel. Cuando empezamos los ejercicios, aporto ideas con ganas de hacerlo bien. Hace poco que salí de la facultad y el subconsciente se toma cada tarea como un examen que hay que aprobar. El Director Ejecutivo me felicita: “excelente”, “muy bueno”, “exacto, eso es” me dice en inglés.


Tras esas exageradas felicitaciones, súbitamente se rompe mi burbuja de vibraciones positivas. De repente, la duda sobre el sentido final de este esfuerzo... Me encuentro con la carrera terminada, la mente entrenada, hambre de trabajar, el cerebro fresco, reseteado después de ocho horas de sueño, con cafeína en las venas y dispuesto a comerme con patatas cualquier tarea que me pongan por delante pero ¿cuál va a ser la finalidad de esa tarea? Pues que la empresa ande, que gane dinero, que obtenga beneficios. Que yo reciba mi sueldo y salve mi culo de una puta vez. Que consumamos y hagamos rodar el carro de la economía. Que paguemos impuestos con los que construir el país, Europa, la ONU, etc., todo eso lo sé... Pero todo demasiado indirecto. Alguien por allá arriba decidirá sobre mí y sobre mi dinero. Sobre si hoy se bombardea un territorio o se le manda ayuda. O si se aprueba un ley justa pensando en el futuro y en el ser humano, o una injusta que atienda a los intereses de la élite de turno.


¿Estoy perdiendo el tiempo mientras los que deciden me marean, mientras me cabreo cada dos por tres por que las cosas se hacen mal en nuestras sociedades? Mi reflexión es que podría invertir mi tiempo, energía, sabiduría, capacidad, etc., en arreglar alguno de los incontables problemas que afligen el planeta. Ya sé que hay gente dedicada a ello, pero me gustaría colaborar también directamente con parte de mi energía y capacidad crítica.


Bien, son las ocho de la mañana y mi contribución a arreglar el mundo es CERO. No sólo eso, sino que es una más de tantas mañanas dedicadas a la obligación, el deber, la responsabilidad, trabajo, estudio, etc... Después de tantos años cumpliendo con el deber escrupulosamente, la aportación que esta “obediencia” hace a mi humanidad es ya irrelevante. Para que se entienda mejor lo que intento decir, léase la siguiente cita (Von Humboldt, Limits of the State action) que en su día incluí en el prólogo a mi Proyecto Fin de Carrera de ingeniería:



Lo que no procede de la libre elección del hombre,
o es sólo el resultado de la instrucción y el asesoramiento,
no penetra hasta lo más íntimo de su ser,
sino que permanece ajeno a su verdadera naturaleza;
no lo realiza con verdaderas energías humanas,
sino, meramente, con exactitud mecánica.



¿Qué tiempo tenemos para desarrollar nuestras capacidades humanas? Nos levantamos por la mañana y la mayoría no disfrutamos realmente de ver el sol, ni el mar, ni un río o lago. No podemos leer el periódico durante dos horas o hacer deporte relajadamente, ni prepararle una sorpresa a un amigo, a la novia o la madre. Tenemos que ejecutar la monótona secuencia de tareas que hay que hacer. Tantas mañanas perdidas, tantas mañanas que NOS hemos robado.


A mí, como a vosotros, me llevan (y me llevo) robando mañanas durante años. Pero puedo recordar una de la que yo fui el ladrón:


Estaba haciendo el Proyecto Fin de Carrera y mi vida era como la de un militar: Levantarse temprano para echar un montón de horas en el laboratorio, salir pitando para dar clases particulares a chavales y chavalas, ir al gimnasio y volver rendido a casa a las once de la noche. Las horas de laboratorio, asépticas. Había compañeros de las salas contiguas que hacían descansos para comer algo, fumar, etc. Íbamos al final del pasillo, abríamos las ventanas y nos quedábamos mirando embobados al infinito, sin hablar el uno con el otro. El sentimiento compartido era el de que la vida estaba allá fuera.


Una de esas noches, acostado en la cama con el cuerpo reventado sin fuerzas para leer ni escuchar la radio me dije: “mañana, NO”. Mañana voy a ser un ser humano y no un robot. “Debería” ir a la universidad porque aún no es fin de semana pero me parece que va a ir Perry Mason.


Al día siguiente, con la misma disciplina que me autoimponía para el estudio y el trabajo, comencé MI mañana: Desperté tan temprano como cuando el deber mandaba pero para ir a patinar, sí.... A PATINAR. Boté de la cama más feliz que un tonto sabiendo que las ruedas del monopatín y no la pantalla del ordenador iban a guiar mi jornada. Cafelito, mochila preparada y rumbo al primer spot. Llegué a la plaza a eso de las ocho y media o nueve de la mañana. Es un plaza rectangular amplísima con suelo de mármol perfectamente liso, resguardada por altos edificios de oficinas. Los bloques más próximos albergan instituciones autonómicas y estatales diversas, pero yo no he venido a preguntar cómo anda mi proceso. No soy K, soy E rompiendo hoy mis cadenas.


Echo el patín a rodar y me deslizo surcando el espacio, improvisando cada trayectoria; toda la plaza para mí solo, soy el único patinando. De vez en cuando, algún viandante: Oficinistas calvos con camisa de cuadros que apresuradamente entran y salen cigarrillo en mano, la mirada en el suelo, el ceño fruncido y el tic de subirse las gafas que se resbalan por la nariz debido al sudor. Hace un calor de la leche.


Yo a lo mío, musiquita en los oídos y patinando suave: manuals, 180 variados, kickflips, heelflips... De vez en cuando pasa el típico ciudadano que va a dedicar la mañana a “hacer papeles”, lo llevan escrito en la cara. A la plaza llega un biker; le saludo de lejos con la mano y me responde con un gesto de complicidad. Por su edad podría estar estudiando bachillerato, ha empezado a robar mañanas antes que yo... Somos delincuentes, bandidos del tiempo, asesinos de los hombres grises que Más Oscurecen Mi Odisea.


Detrás de la plaza hay una pequeña cafetería, la típica cafetería de barrio con la barra, sillas y mesas de metal, el mostrador con tapas de ensaladilla rusa, albóndigas con tomate, pipirrana, atún en salsa y pinchitos crudos. Detrás de las botellas de Soberano y Dyc la estampa de la Virgen, el San Pancracio, el escudo de fútbol y el Marca. ALCOHOL, RELIGIÓN y FÚTBOL, los pilares de la sociedad para muchos: Tres perfectos métodos alienantes para engañarse y crear otro mundo totalmente falso, en lugar de apechugar con el que realmente tenemos y que nos reparte hostias que, esas sí, son de verdad.


El camarero es un monstruo -de los buenos-. Me pone el bocadillo de catalana, el café y el vaso de Fanta naranja exactamente como le sugerí. Ese hombre echa más horas trabajando que un reloj ¿cuándo vamos a darles condiciones laborales dignas a los currantes de la hostelería, cuándo? Entonces leo la burrada diaria de titular en el Marca y saco de la mochila El País: Me lo voy a leer con toda la tranquilidad del mundo... LA VIDA ES BELLA, el tiempo es mío.


Saliendo de la cafetería mando con el móvil un mensaje a mi amigo P. Es su primer año de facultad y se tira el día entero en el césped sin entrar a clase. Pruebo a ver si tiene hueco en su apretada agenda para echar un patineo. En cinco minutos, la respuesta: “Estamos en la playa, vente!”. ¡Será cabrón! es día de clase y el tío en la playa... Yo he tenido que esperar a terminar un carrera de cinco años más dos de proyecto para darme un respiro mañanero, mientras el amigo ha empezado por matar el estrés antes de empezar. Me pregunto si he estado haciendo el gilipoyas tantos años. En cualquier caso el plan me parece de maravilla, pongo la tabla en el sillón de la moto y arranco ¡vámonos a la playa!


En el trayecto junto al paseo marítimo el aire es salado y húmedo. La vista, azul y verde esmeralda hasta el horizonte. A pesar de no sentirlo por el viento, el sol me va quemando los hombros y me los llena de pecas. Cada peca, una prueba de que mi cuerpo dice “gracias”.


Cuando llego a la playa voy hacia una terraza de piedra que da directamente al agua; al final de ella está P con otros dos amigos y una guitarra. Son chavales jóvenes, medio niños y medio hombres. Seguros de sí mismos, relajados, bromistas, buenos skaters, buenas personas, divertidos, pasotas. Hablan de qué hacer el fin de semana mientras fuman; no me molesta el olor porque no era tabaco. Sacan la guitarra y cantamos canciones de Los Delincuentes, Boikot, Extremoduro y The Beatles. Al sol, al lado del Mar Mediterráneo. Mientras la ciudad trabaja y estudia, la mañana es nuestra.


Del resto del día tengo un vago recuerdo. Sé que no volví a casa para comer y que seguí patinando por la tarde en otra plaza, aprovechando al máximo cada minuto.


Con el proyecto medio terminado sabía que había cumplido, nadie me exige más que yo mismo.


- Buen trabajo Señor E, tiene usted derecho a que le devolvamos alguna de sus mañanas.


Gracias, pero las voy coger sin permiso, a la mínima oportunidad.


Y vosotros... deberíais hacer lo mismo.




5 comments:

Anonymous said...

Genial, me has abierto la mente.
Me encanta como escribes y como llegas al lector. Ya me gustaría a mí.
Tengo que seguir aprendiendo a patinar, que estoy en ese nivel en el que te llevan los patines y no tú a ellos.

Un saludo.

Anonymous said...

Acort, ánimo con esos patines. La mejor manera de progresar con ellos es... divirtiéndose!!

Un saludo.

Jaime said...
This comment has been removed by the author.
Anonymous said...

No se quçe pasó con mi anterior post, pero esto va un tanto mal hoy.
Te felicitaba por tus textos, pero te recomendaba que los sintetizases un poquito, a grandes rasgos PARECEN demasiado extensos par aprovocar un interés al lector.
Felicidades por este gran blog.

Anonymous said...

Gracias Jaime, lo tendré en cuenta :-)