Sunday, January 4, 2009

Filosofía pisando el barro


Preguntas que saltan típicamente cuando en una conversación se menciona de rebote a la filosofía, o a un filósofo son... ¿para qué sirve la filosofía? ¿qué hace un filósofo?

Roberto Saviano estudió filosofía. Roberto Saviano es un partenopeo (napolitano) que se ha metido hasta el cuello en el mundo de la Camorra (el Sistema, como según él se la denomina actualmente). Ha pisado las calles en donde todo ocurría: tratos, asesinatos, torturas, chantajes, corruptelas, pagos, venganzas. Se ha manchado de porquería para contarlo, ha nadado en lagos tóxicos, olido sangre, vísceras, líquido cerebral. Se ha cortado la piel metiendo el dedo en agujeros de Kaláshnikov. Su empatía se ha tragado toda la miseria, violencia, crueldad, injusticia y deshumanización de una zona de Europa, el Sur de Italia, que es el experimento resultante de despojar a la población de Estado del Bienestar más dotarla a la vez de la ideología neoliberal del machaca a tu competidor o muere.

¿De qué le ha servido a Roberto Saviano la filosofía? La filosofía no da respuestas. La filosofía aumenta la complejidad de las preguntas, descubre otras nuevas, escarba la corteza de la verdad para arrancarle minúsculos trocitos que los próximos hombres usarán para saber mejor dónde seguir escarbando. La filosofía renuncia a verdades simples y complacientes tanto de lo trascendente como de lo mundano.

Saviano, metido en inmundicia hasta las orejas, ha extraído del vertedero humano las preguntas que importan sobre lo terrenal y lo espiritual en un ámbito irresoluble de opresión, asfixia moral, miedo y ausencia de verdad. Además, ha contestado valiente y concisamente lo que de tan obvio es doloroso.

Decía Savater, haciendo una comparación hollywoodense, que si el científico es como el actor de cine, el filósofo es el especialista al que llaman para hacer la escena arriesgada. El que puede partirse el cuello haciéndola de verdad, el que se presenta para contestar allá donde, aunque la ciencia no alcance, se sigue exigiendo veracidad. Roberto es el especialista que ha llevado las líneas escritas por Marx, Weber, Adam Smith, Keynes, Hannah Arendt y Conrad a las calles controladas por la Mafia para terminar la escena. Para que el espectador comprenda el principio, el desarrollo del argumento y el final del film que se proyecta día tras día en una sala podrida de ese multicines en el que creo y que se llama Europa.

Los españoles deberíamos leer con atención el libro escrito por este italiano y luego plantarnos ante cualquier mínima corrupción que vivamos a diario en nuestro país. Para reparar el absurdo de una economía basada en el cemento, evitar la fuga de cerebros, hacer evolucionar nuestro concepto de ciudadanía y sobre todo, para no ser nunca el vertedero de basuras de nadie.

El resto de palabras se las dejo al autor de Gomorra. Gracias Saviano.

“El poder de los clanes seguía siendo el poder del cemento. En sus actividades de construcción yo había sentido físicamente, visceralmente, toda su potencia [...]. Un trabajo bestial, que jamás he llegado a aprender demasiado bien, un oficio que te puede proporcionar un buen dinero solo si estás dispuesto a hacerlo con todas tus fuerzas, todos tus músculos, todas tus energías; a trabajar en cualesquiera condiciones meteorológicas, lo mismo con el pasamontañas en la cabeza que en calzoncillos. Acercarme al cemento, con las manos y con la nariz, ha sido el único modo de entender en qué se fundamentaba el poder, el verdadero poder.

[...]

Se había caído de un andamio. Tras el incidente habían huido todos, incluido el aparejador. Nadie había llamado a la ambulancia, temiendo que esta pudiera llegar antes de que hubieran podido darse a la fuga. Así que, mientras escapaban, habían dejado el cuerpo en mitad de la calle, todavía vivo y escupiendo sangre de los pulmones. Esta enésima noticia de muerte, uno de lo trescientos albañiles que reventaban cada año en las obras de toda Italia, en cierto modo me había calado hondo. Con la muerte de Iacommino se me despertó una rabia de aquellas que se parecen más a un ataque de asma que a una crisis nerviosa.

[...]

Yo sé, y tengo las pruebas. Yo sé dónde se originan las economías y de dónde toman su olor. El olor de la afirmación y de la victoria. Yo sé qué exuda el beneficio. Yo sé. Y la verdad de la palabra no hace prisioneros, porque todo lo devora y de todo hace una prueba. Y no debe arrastrar contra pruebas ni hilvanar sumarios. Observa, sopesa, mira, escucha. Sabe [...]. Yo sé dónde se deshojan las páginas de los manuales de economía, transformando sus fractales en materia, cosas, hierro, tiempo y contratos. Yo sé.

[...]

Trato siempre de calmar esta ansia que me invade cada vez que ando, cada vez que subo escaleras, que cojo un ascensor, que arrastro las suelas sobre felpudos y atravieso umbrales. No puedo evitar rumiar permanentemente sobre cómo se han construido edificios y casas [...]. El cemento. Petróleo del Sur. Todo nace del cemento. No existe imperio económico nacido en el Sur de Italia que no pase por la construcción: licitaciones, contratas, obras, cemento, grava, mortero, ladrillos, andamios, obreros... Este es el instrumental del empresario italiano. El empresario italiano que no tenga la base de su imperio en el cemento no tiene esperanza alguna. Es el oficio más simple para ganar dinero en el más breve tiempo posible, adquirir solvencia, contratar personas en el momento propicio para unas elecciones, distribuir salarios, acaparar financieramente, multiplicar el propio rostro en las fachadas de los edificios que se construyen [...]. La concreción del cemento y de los ladrillos es la única materialidad que verdaderamente conocen los bancos italianos. Investigación, laboratorio, agricultura, artesanía, los directores de banca los conciben como territorios difusos, lugares sin presencia de gravedad siquiera. Habitaciones, planos, azulejos, tomas de teléfono y de corriente: estos son las únicas concreciones que reconocen. Yo sé, y tengo las pruebas. Sé cómo se ha construido media Italia. Y más de media [...]. Se autoriza a las empresas de extracción a extraer únicamente cantidades mínimas, pero en realidad muerden y devoran montañas enteras. Montañas y colinas terminan desmigajadas y amasadas en cemento. De Tenerife a Saussolo.

[...]

Habría que cambiar la Constitución. Escribir que se fundamenta en el cemento y en los constructores. Ellos son los padres fundadores.

[...]

Después de hacer carrera como asesino, extorsionador o rompesquinas, se acaba en la construcción o recogiendo basura. Antes que pasar películas y dar conferencias en las escuelas, podría ser interesante coger a los nuevos afiliados y llevarles a dar una vuelta por las obras, mostrándoles el destino que les aguarda. Si evitan la cárcel y la muerte, estarán en una obra, envejeciendo y escupiendo sangre y cal. [...] De trabajo se muere. Sin parar. El ritmo de la construcción, la necesidad de ahorrar en cualquier mediad de seguridad y en cualquier respeto a los horarios.

[...]

Porque yo sé. Y es una perversión. Y así, cuando me encuentro entre los mejores y más destacados empresarios no me siento bien. Aunque estos señores sean elegantes, hablen con tono tranquilo y voten a la izquierda. Yo siento el olor de la cal y del cemento, que emana de sus calcetines, de sus gemelos de Bulgari, de sus bibliotecas. Yo sé. Yo sé quién ha construido mi país y también quién lo está construyendo ahora [...]. Yo sé cuál es la verdadera Constitución de mi tiempo, cuál es la riqueza de las empresas. Yo sé en qué medida cada pilastra es la sangre de los demás. Yo sé, y tengo las pruebas. No hago prisioneros.”