Una golpeaba su cabeza contra la pared para quitarse de encima los pensamientos sexuales que le venían sobre su hermana aún más pequeña, con la que había sido obligada a tener relaciones. Otra se volvió anoréxica porque aborrecía tener un cuerpo sexuado.
Los dos ejemplos anteriores son casos reales, niñas víctimas de abuso sexual; una psique destrozada de por vida.
Los chicos y chicas que salieron de una secta americana donde se practicaba el incesto y todo tipo de abuso a menores, quedaron psicológicamente aniquilados para los restos. La mayoría acabó suicidándose. Uno de los chavales fue forzado a tener sexo con su propia madre y una amiga de ésta. Cuando se hizo mayor, torturó con un taladro eléctrico a la segunda; más tarde se quitó la vida.
Prostitución y pornografía (otro intercambio de sexo por dinero) dejan secuelas dramáticas en las personas que la han ejercido. Cuántas estrellas porno han muerto por sobredosis o suicidio. Muchísimas de ellas, mujeres alienadas por un entorno que no les ha dado precisamente amor, autoestima, ayuda, respeto, etc. Abusadas aunque cobraran por ello: la libertad y dignidad humanas son irrenunciables, no son vendibles; el Hombre dispone de libertad para ejercerla, no para destruirla (Stuart Mill). Lo siguiente escrito por Kant apunta hacia el razonamiento análogo de que ninguna persona merece ser tratada como instrumento para otros fines:
“Todos los seres racionales están sujetos a la ley de que cada uno de ellos debe tratarse a sí mismo y tratar a todos los demás, nunca como un simple medio, sino siempre al mismo tiempo como fin en sí mismo [...].
Todo tiene un precio o una dignidad. Aquello que tiene precio puede ser sustituido por algo equivalente; en cambio, lo que se halla por encima de todo precio y, por tanto, no admite nada equivalente, eso tiene una dignidad.”
Si el daño que el abuso sexual hace a un adulto es devastador, qué decir cuando la víctima es un menor. Imaginaos que estamos en esa edad en la que vemos dibujos animados, no nos separamos de los juguetes, queremos comer chucherías todo el tiempo y nos da vergüenza hablar con la niña o el niño que nos gusta. La edad en la que el sexo da sus pasitos: la primera vez que vamos cogidos de la mano, los primeros besos, las primeras caricias, etc. Un proceso de aprendizaje, de exploración, con sus distintas etapas. Aquellos que se han saltado etapas dicen anhelarlas. Ahora pensemos que somos esa chavalita o chavalito que no ha empezado ni su primera etapa cuando viene un depravado cabrón enfermo, nos fuerza y nos pone su sucia polla delante. Despedaza nuestra inocencia y vuelca toda basura mental acumulada en años, en una personita que acaba de amanecer a la vida. Encima, tienes a gente esperando verlo en internet.
El colmo de este sucio negocio es que quienes se enfrentan a él son perseguidos, amenazados y censurados por los medios de comunicación. Lydia Cacho ha tirado de la manta en México y se ha quedado sola; la han intentado matar varias veces. Ha sido secuestradapor policías. ¿En quién puede confiar ella? "Instituciones, ninguna. Ni la PGR ni la Corte Suprema. El Congreso, menos. Y de los medios de comunicación, mejor no hablar", dice Cacho.
Violencia impuesta contra los más débiles: niños y mujeres. En muchos casos esa situación de opresión es mantenida por nuestra tibieza y doble moral ante prostitución y pornografía. Los hombres estamos en la posición dominante, no queremos ver lo que hay detrás de una realidad que nos privilegia y nos permite abusar de otro ser humano (prostitutas y actrices porno). Argumentos como “es puta porque le gusta el dinero fácil”, “nadie la obliga”, “se ve que le gusta" (que se la cepillen veinte delante de una cámara, p.e.), etc, no están por encima de los Derechos Humanos. Follarse a una puta es aprovecharse de una situación de dominación, pagando a otro (el proxeneta) para que ejerza la violencia física y psíquica que haga falta para mantenerla. Eso es lo que ocurre en los puticlubs: pagas al que tiene el látigo y pone las cadenas a las esclavas. Encima las despreciamos, como si el cliente tuviera algún tipo de superioridad moral por aprovecharse de la debilidad de otro. ¿Y a quién recurren estas chicas cuando los propios policías vienen a follárselas? ¿qué país es este, es Europa, es el mundo civilizado? ¿te parecería bien que esa ramera a la dices le encanta que se la trasquilen diez veces por noche fuese tu hermana, tu madre, tu sobrina, tu novia, tu nieta? ¿o que hiciesen una peli X donde la humillasen?
Ver cintas porno nos deja huella. Acostumbra a una ficticia versión del sexo donde la mujer es un mero objeto, un boquete donde zumbar. Esa imagen del actor porno mirando a la cámara durante el metesaca es profundamente cruel y deshumanizadora. El mensaje que transmite es: eso de ahí abajo (la chica) no es una persona, es un agujero donde correrse. Me trae el recuerdo de una escena que se me quedó grabada por su crueldad en la película “Ocurrió cerca de su casa”: El psicópata está penetrando a una prostituta antes de asesinarla, cuando mira a la cámara y te dice “mira cómo disfruta”. Una brutalidad que conecta con el producto que venden muchísimos de los films pornográficos: violencia, salvajimo, bestialidad, en lugar de erotismo.
El genial Miguel Brieva lo plasma en una sola viñeta de su obra “Dinero”: Dos tíos agarran con manos y cadenas a una mujer mientras uno de ellos le mete en la boca una fusta con pinchos a la vez que le declama un romántico poema. La viñeta reza “La pornografía es libertad, igualdad y amor”.
Deberíamos reflexionar sobre ello; nuestra sociedad avanza hacia la igualdad, el papel de la mujer sale de la negación que le ha sido aplicada hasta ayer. Por ejemplo, en España ya no es común como antes el que el padre se lleve al hijo a estrenarse a un prostíbulo; también eso de acabar la noche de marcha en el puticlub nos parece patético a cada vez más jóvenes. Pero queda mucho por hacer. Siguen en nuestro vocabulario expresiones como (esta realmente me hiere, no soporto la crueldad explícita de quien la profiere): O follamos todos, o la puta va al río. Piensa bien la frase; si luego te sigue haciendo gracia ve a que te lo mire un especialista.
Los límites entre prostitución y pornografía son difusos; putas y actrices porno (que se pluriemplean en ambos sectores) cuanto más jóvenes, mejor. El abuso a menores, la siguiente frontera.
Los que no somos policías o jueces también podemos hacer algo: por ejemplo, en la web
puedes pegar las direcciones de páginas que encuentres con contenidos de pedofilia. Sencillo.
Todos contra la pornografía infantil. Los consumidores son culpables ya que sin demanda, no habría oferta (o sería menor). Denunciémoslos. A POR ELLOS.
PD: Reflexiona sobre todo esto, especialmente si has llegado hasta este post mediante la búsqueda de las siguientes palabras: angels, lolitas, boylover, preteens, girllover, childlover, pedoboy, boyboy, fetishboy, feet boy.
He bajado a España en verano para pasar tres semanas de vacaciones; para disfrutar del café en los bares, la intensidad de la comida, de los olores y de la vida en la calle. Del mar y el aire caliente que embriagan y te hacen vivir la ilusión de que la vida es ligera, fácil.
Pude revivir el trato con la gente que aquí (¿o debería decir “allí” ?) es expresiva, vivaracha, fiestera, cercana, sondable, atenta, generosa, aunque por otro lado en muchos casos maleducada, estridente, incívica, chabacana, insolidaria y con una cerrazón próxima al fanatismo. Han sido en cualquier caso, vacaciones de reencuentros.
Por obligación estuve en pie temprano muchas mañanas, lo que me permitió andar por la calle al amanecer escuchando las noticias de la radio, observando y oyendo cómo el país se levantaba a luchar la jornada. A la hora en que abrían los quioscos compraba puntualmente un ejemplar de El País y otro de El Mundo; los dos me iban a acompañar el resto del día a la playa, la piscina, tetería, librería, skateshop y tienda de música pero antes que nada, a la cafetería para desayunar.
Una de las veces me estaba zampando un fantástico desayuno español (que incluía bocadillo de catalana) mientras en la tele ponían el Mediterráneo de Serrat (otro talento catalán) cuando encontré en las páginas de El Mundo un artículo de mi antiguo profesor de Ciencia Política. De un tirón estaba acoplado de nuevo a la vida que había dejado aquí (de nuevo, ¿debo decir “allí” ?), empapándome de lo bueno que España aporta desde cada rincón, ya sea gastronomía, música, cultura...
Seguí enfrascado en la lectura de los dos rotativos día sí y otro también. El tacto del papel en los dedos al leer el periódico, el olor a tinta, la comodidad de ajustarlo y maltratarlo a gusto son algo totalmente diferente a mirarlo en la pantalla del ordenador (parezco un viejo gruñón hablando ya así, qué se le va a hacer). En esa prensa de pago me volví a encontrar con escritores, columnistas, filósofos, algún que otro cantamañanas, reporteros, etc, que esta vez me hablaban desde el papel y no desde el navegador web al que me veía obligado a usar en el extranjero.
El último reencuentro al que voy a referirme fue con las verdades como puños que aplastan la irracionalidad. Agua de mar y arena oscura le cayeron a las hojas de El Mundo otra de las veces en que lo leía desde la hamaca de la playa. Recordaba cómo ese periódico sensacionalista (a estas alturas ese adjetivo es poco cuestionable) había desinformado durante el juicio del 11-M metiendo en las cabezas de medio país fanático la teoría de la conspiración. Antes de cerrarlo y guardarlo en la mochila, leí la cita que diariamente encabeza su portada (una buena idea, por cierto). El periódico que mintiendo desveló ante tantísimos que media España -como mínimo- no hace uso de la razón sino que quiere creer y acaba asumiendo lo que sus manipuladores líderes estimen oportuno, abría así la edición del doce de agosto de 2008:
“La teoría es asesinada tarde o temprano por la experiencia” (Albert Einstein)
Son las siete de la mañana y me despierto hundido en un edredón de plumas. No es mi cama, sino la de un hotel. Mirando a través de la ventana se puede contemplar un precioso amanecer en la naturaleza. Es un hotel rural muy, muy al norte de Europa; sus habitaciones se agrupan en unos pocos bungalows a doscientos metros de la orilla de un sereno lago. Éste actúa como espejo de la sierra que se encuentran en la otra orilla y cuyos picos están nevados. No sólo las montañas se miran en ese espejo, también la luz del sol se refleja en él y en el lomo de unos caballos que pastan cerca del agua. A este agradable despertar le sigue un opíparo desayuno. La empresa paga.
Con el estómago y las pupilas alimentadas me pongo manos a la obra, que esta jornada de convivencia organizada por la compañía incluye, además de paseos a caballo, varios trabajos en grupo. En el mío me ha tocado una guapa y madura administrativa, un doctorado con altura de baloncestista que me hace reír con su continuo sarcasmo aprendido en colegio inglés, y el CEO (Director Ejecutivo) de la compañía.
Todas las mañanas me levanto con enorme energía, pero en esta voy doblemente cargado por la belleza del entorno natural y la sensación de vacaciones que me ha dado dormir en un hotel. Cuando empezamos los ejercicios, aporto ideas con ganas de hacerlo bien. Hace poco que salí de la facultad y el subconsciente se toma cada tarea como un examen que hay que aprobar. El Director Ejecutivo me felicita: “excelente”, “muy bueno”, “exacto, eso es” me dice en inglés.
Tras esas exageradas felicitaciones, súbitamente se rompe mi burbuja de vibraciones positivas. De repente, la duda sobre el sentido final de este esfuerzo... Me encuentro con la carrera terminada, la mente entrenada, hambre de trabajar, el cerebro fresco, reseteado después de ocho horas de sueño, con cafeína en las venas y dispuesto a comerme con patatas cualquier tarea que me pongan por delante pero ¿cuál va a ser la finalidad de esa tarea? Pues que la empresa ande, que gane dinero, que obtenga beneficios. Que yo reciba mi sueldo y salve mi culo de una puta vez. Que consumamos y hagamos rodar el carro de la economía. Que paguemos impuestos con los que construir el país, Europa, la ONU, etc., todo eso lo sé... Pero todo demasiado indirecto. Alguien por allá arriba decidirá sobre mí y sobre mi dinero. Sobre si hoy se bombardea un territorio o se le manda ayuda. O si se aprueba un ley justa pensando en el futuro y en el ser humano, o una injusta que atienda a los intereses de la élite de turno.
¿Estoy perdiendo el tiempo mientras los que deciden me marean, mientras me cabreo cada dos por tres por que las cosas se hacen mal en nuestras sociedades? Mi reflexión es que podría invertir mi tiempo, energía, sabiduría, capacidad, etc., en arreglar alguno de los incontables problemas que afligen el planeta. Ya sé que hay gente dedicada a ello, pero me gustaría colaborar también directamente con parte de mi energía y capacidad crítica.
Bien, son las ocho de la mañana y mi contribución a arreglar el mundo es CERO. No sólo eso, sino que es una más de tantas mañanas dedicadas a la obligación, el deber, la responsabilidad, trabajo, estudio, etc... Después de tantos años cumpliendo con el deber escrupulosamente, la aportación que esta “obediencia” hace a mi humanidad es ya irrelevante. Para que se entienda mejor lo que intento decir, léase la siguiente cita (VonHumboldt, Limits of the State action) que en su día incluí en el prólogo a mi Proyecto Fin de Carrera de ingeniería:
“Lo que no procede de la libre elección del hombre,
o es sólo el resultado de la instrucción y el asesoramiento,
no penetra hasta lo más íntimo de su ser,
sino que permanece ajeno a su verdadera naturaleza;
no lo realiza con verdaderas energías humanas,
sino, meramente, con exactitud mecánica.”
¿Qué tiempo tenemos para desarrollar nuestras capacidades humanas? Nos levantamos por la mañana y la mayoría no disfrutamos realmente de ver el sol, ni el mar, ni un río o lago. No podemos leer el periódico durante dos horas o hacer deporte relajadamente, ni prepararle una sorpresa a un amigo, a la novia o la madre. Tenemos que ejecutar la monótona secuencia de tareas que hay que hacer. Tantas mañanas perdidas, tantas mañanas que NOS hemos robado.
A mí, como a vosotros, me llevan (y me llevo) robando mañanas durante años. Pero puedo recordar una de la que yo fui el ladrón:
Estaba haciendo el Proyecto Fin de Carrera y mi vida era como la de un militar: Levantarse temprano para echar un montón de horas en el laboratorio, salir pitando para dar clases particulares a chavales y chavalas, ir al gimnasio y volver rendido a casa a las once de la noche. Las horas de laboratorio, asépticas. Había compañeros de las salas contiguas que hacían descansos para comer algo, fumar, etc. Íbamos al final del pasillo, abríamos las ventanas y nos quedábamos mirando embobados al infinito, sin hablar el uno con el otro. El sentimiento compartido era el de que la vida estaba allá fuera.
Una de esas noches, acostado en la cama con el cuerpo reventado sin fuerzas para leer ni escuchar la radio me dije: “mañana, NO”. Mañana voy a ser un ser humano y no un robot. “Debería” ir a la universidad porque aún no es fin de semana pero me parece que va a ir PerryMason.
Al día siguiente, con la misma disciplina que me autoimponía para el estudio y el trabajo, comencé MI mañana: Desperté tan temprano como cuando el deber mandaba pero para ir a patinar, sí.... A PATINAR. Boté de la cama más feliz que un tonto sabiendo que las ruedas del monopatín y no la pantalla del ordenador iban a guiar mi jornada. Cafelito, mochila preparada y rumbo al primer spot. Llegué a la plaza a eso de las ocho y media o nueve de la mañana. Es un plaza rectangular amplísima con suelo de mármol perfectamente liso, resguardada por altos edificios de oficinas. Los bloques más próximos albergan instituciones autonómicas y estatales diversas, pero yo no he venido a preguntar cómo anda mi proceso. No soy K, soy E rompiendo hoy mis cadenas.
Echo el patín a rodar y me deslizo surcando el espacio, improvisando cada trayectoria; toda la plaza para mí solo, soy el único patinando. De vez en cuando, algún viandante: Oficinistas calvos con camisa de cuadros que apresuradamente entran y salen cigarrillo en mano, la mirada en el suelo, el ceño fruncido y el tic de subirse las gafas que se resbalan por la nariz debido al sudor. Hace un calor de la leche.
Yo a lo mío, musiquita en los oídos y patinando suave: manuals, 180 variados, kickflips, heelflips... De vez en cuando pasa el típico ciudadano que va a dedicar la mañana a “hacer papeles”, lo llevan escrito en la cara. A la plaza llega un biker; le saludo de lejos con la mano y me responde con un gesto de complicidad. Por su edad podría estar estudiando bachillerato, ha empezado a robar mañanas antes que yo... Somos delincuentes, bandidos del tiempo, asesinos de los hombres grises que Más Oscurecen Mi Odisea.
Detrás de la plaza hay una pequeña cafetería, la típica cafetería de barrio con la barra, sillas y mesas de metal, el mostrador con tapas de ensaladilla rusa, albóndigas con tomate, pipirrana, atún en salsa y pinchitos crudos. Detrás de las botellas de Soberano y Dyc la estampa de la Virgen, el San Pancracio, el escudo de fútbol y el Marca. ALCOHOL, RELIGIÓN y FÚTBOL, los pilares de la sociedad para muchos: Tres perfectos métodos alienantes para engañarse y crear otro mundo totalmente falso, en lugar de apechugar con el que realmente tenemos y que nos reparte hostias que, esas sí, son de verdad.
El camarero es un monstruo -de los buenos-. Me pone el bocadillo de catalana, el café y el vaso de Fanta naranja exactamente como le sugerí. Ese hombre echa más horas trabajando que un reloj ¿cuándo vamos a darles condiciones laborales dignas a los currantes de la hostelería, cuándo? Entonces leo la burrada diaria de titular en el Marca y saco de la mochila El País: Me lo voy a leer con toda la tranquilidad del mundo... LA VIDA ES BELLA, el tiempo es mío.
Saliendo de la cafetería mando con el móvil un mensaje a mi amigo P. Es su primer año de facultad y se tira el día entero en el césped sin entrar a clase. Pruebo a ver si tiene hueco en su apretada agenda para echar un patineo. En cinco minutos, la respuesta: “Estamos en la playa, vente!”. ¡Será cabrón! es día de clase y el tío en la playa... Yo he tenido que esperar a terminar un carrera de cinco años más dos de proyecto para darme un respiro mañanero, mientras el amigo ha empezado por matar el estrés antes de empezar. Me pregunto si he estado haciendo el gilipoyas tantos años. En cualquier caso el plan me parece de maravilla, pongo la tabla en el sillón de la moto y arranco ¡vámonos a la playa!
En el trayecto junto al paseo marítimo el aire es salado y húmedo. La vista, azul y verde esmeralda hasta el horizonte. A pesar de no sentirlo por el viento, el sol me va quemando los hombros y me los llena de pecas. Cada peca, una prueba de que mi cuerpo dice “gracias”.
Cuando llego a la playa voy hacia una terraza de piedra que da directamente al agua; al final de ella está P con otros dos amigos y una guitarra. Son chavales jóvenes, medio niños y medio hombres. Seguros de sí mismos, relajados, bromistas, buenos skaters, buenas personas, divertidos, pasotas. Hablan de qué hacer el fin de semana mientras fuman; no me molesta el olor porque no era tabaco. Sacan la guitarra y cantamos canciones de Los Delincuentes, Boikot, Extremoduro y TheBeatles. Al sol, al lado del Mar Mediterráneo. Mientras la ciudad trabaja y estudia, la mañana es nuestra.
Del resto del día tengo un vago recuerdo. Sé que no volví a casa para comer y que seguí patinando por la tarde en otra plaza, aprovechando al máximo cada minuto.
Con el proyecto medio terminado sabía que había cumplido, nadie me exige más que yo mismo.
- Buen trabajo Señor E, tiene usted derecho a que le devolvamos alguna de sus mañanas.
Gracias, pero las voy coger sin permiso, a la mínima oportunidad.
La Comisión Europea ha decidido modificar la directiva sobre ”ordenación del tiempo de trabajo” y aumentar a 65 horas el tope del promedio trimestral de la semana laboral. Dicha modificación aún requiere la bendición del Parlamento Europeo.
13 de Diciembre de 1841
“Es, por cierto, deplorable que cualquier clase de personas tenga que reventar trabajando 12 horas diarias. Si se cuentan las horas de comida y el tiempo para ir y venir a la fábrica, se tendrá un total de 14 de las 24 horas del día... Prescindiendo ya de la salud, espero que nadie dudará en admitir que, desde el punto de vista moral, esta absorción tan completa del tiempo de las clases trabajadoras, sin interrupción alguna, desde la temprana edad de 13 años, y en las ramas industriales ‘libres’ desde mucho antes, es extraordinariamente nociva y un mal terrible. En interés de la moral pública, para formar una población competente y para procurarles un disfrute razonable de la vida a la gran masa del pueblo, hay que insistir en que en todas las ramas industriales se reserve una parte de cada jornada de trabajo para recreo y descanso”.
Leonard Horner, Reports of Inspectors of Factories. (extracto incluido en El Capital, Karl Marx, Libro I - Tomo I)
"La 'voluntad' de creer surge de flaquezas y angustias humanas sobradamente comprensibles, que nadie puede ni debe condenar con insípida arrogancia; pero la incredulidad proviene de un esfuerzo por conseguir una veracidad sin engaños y una fraternidad humana sin remiendos trascendentes que en conjunto me parece aún más digna de respeto."