Tengo que apagar la televisión porque la MTV me satura. Un programa tras otro enseñando lujo, malgasto de dinero, superficialidad, vanidad, egoísmo, etc... Cuando acaban esos programas empiezan los video-clips, que son más de lo mismo: Mansiones, coches grandes, oro y la dignidad de las mujeres pisoteada como una alfombra. La mayor parte de estos vídeos son de hip-hop, ¿qué le ha pasado a la música popular negra? ¿dónde están los talentos como los de la era Motown, Atlantic, etc..? Un rapero muy conocido ha titulado su álbum “Get rich or die trying”. El cabeza de chorlito no es sólo un exponente de ese estilo de música –el gangsta rap- donde lo cool es ser un asesino, un gánster y tratar a las mujeres como basura. Es además un reflejo de las cloacas mentales que produce un sistema basado en absoluta libertad de mercado sin protección del estado, en la ley de la jungla. La felicidad inalcanzable está en tener televisiones de plasma gigantes, jacuzzis, frigoríficos de dos puertas llenos de coca-cola, varios Merecedes, BMW, llantas enormes y una novia con tetas de silicona.
Saturday, January 12, 2008
Sé rico o muere en el intento
Monday, December 31, 2007
Nota.
De momento, debajo de esta nota aparece una nueva entrada y a la derecha un nuevo link para arreglar el mundo, ¡vamos al lío!
Saludos.
Feliz año nuevo.
Se acerca el final del año. Nada acaba ni nada empieza el uno de enero, pero nos sentimos cómodos viviendo en ciclos. La angustia es menor cuando unas cosas acaban y empiezan otras, aunque sean las mismas. Una ilusión que cálidamente arropa durante unos instantes durante los cuales creemos no estar totalmente perdidos. Qué alivio, una referencia a la que agarrarnos.
Otros doce meses concluyen, celebremos que hemos terminado algo como si fuese mérito nuestro, que conseguir metas entretiene este sinsentido.
Pero esa manta es demasiado fina, cuando la aprietas fuerte para sentir calor se deshace y vuelve el frío. Agua helada en la cara que te despierta, y estando espabilado uno es más consiente de que no existe El rumbo.
Por ahí ando despierto, pasando frío, sabiendo que voy desorientado pero al menos seguro de ello. La única certeza es la de que no hay un camino de salida. Y prefiero asirme a ese verdadero soporte falso, que a falsos soportes verdaderos.
Este año se consume: En el Golfo Pérsico la primera potencia del mundo ensucia el nombre de la democracia, la libertad y los derechos humanos. Por otro lado, China despierta y el Islam crece como amenaza, ambos sucesos previstos por Ortega y Gasset hace más de ochenta años. En España el juicio del 11-M terminó y no dio la razón a los que se inventaron una realidad para intentar salvar el culo pocos días antes de aquellas elecciones. Lo que me ha destrozado ha sido ver a la mitad de mi país absolutamente cegado, siguiendo las palabras de sus Mesías que sostenían que era de noche cuando era de día. Media España con un cerebro inservible auto-inculcándose cualesquiera consignas que sus líderes ladraran. Fanatismo puro y duro en casa.
Por si esas noticias no fueran lo suficientemente desesperanzadoras, hay otras dos que me han marcado en el 2007:
Una: Se certificó la extinción del delfín blanco del Yang-tse. La foto del delfín ocupó un cuadradito pequeño en las portadas de los diarios. Las tertulias se ocuparon de lo que dijo ese día algún cretino de este y aquél partido acerca de alguna imbecilidad previa, mientras la realidad era -es- que a ese ser nos lo hemos cargado. Maldito capitalismo salvaje. Puta estrechez de miras.
Dos: Este es el año en que ya TODOS somos conscientes de que le hemos hecho un daño irreparable al planeta, tanto que nos jugamos la supervivencia de la especie. Si se quiere ser optimista, quizá sea este un principio que obligue a la cooperación entre primer y tercer mundo (¿cuál era el segundo?), produciendo éstos combustibles orgánicos que consuman aquellos, etc., lo que podría suavizar las diferencias económicas.
Eso ejerciendo de optimista durante unos segundos. El resto del tiempo me dan ganas de vomitar a lo que nos ha llevado el puto capitalismo. Sí, el capitalismo, esa mágica fórmula que “genera riqueza” basada en el CONSUMO. Compra, compra y compra, desgraciado. Ten nuevas necesidades, la tarjeta de crédito llenará tu vacío existencial. CADA familia con una lavadora, un frigorífico, un congelador, microondas, ordenador, dos televisiones, DVD, aire acondicionado y calefacción a toda pastilla. Si puedes pagarlo, ahí lo tienes. Da igual que en conjunto sea un gasto energético absurdo. Para qué compartir lavadora en la comunidad, yo quiero MI lavadora. Para qué ir en autobús, yo quiero MI coche, el que dice el anuncio que va conmigo, el que me hará ganar prestigio y follar más. Piscinas, campos de golf. Viajes en avión para TODO el mundo. Resulta que si se "democratiza" el viajar en avión, consumimos tanto combustible que, de nuevo señores, NOS VAMOS A TOMAR POR CULO. Y esto a lo mejor suena exagerado en España, a ecologista trasnochado, pero en Francia, Escandinavia, etc., las empresas que quieren tener una imagen de respeto al medio ambiente están priorizando el que sus empleados viajen en tren antes que en avión.
¿Tendré que RENUNCIAR a comodidades aunque me las pueda permitir?
Estoy deseando ver si seremos capaces de poner el tope al consumismo para salvar el planeta.
Y así acaba el año. Pasa la página del calendario, cómete las uvas y ponte en guardia que después de la fiesta, la peste continúa.
¿Feliz año? ¡Vete a...!
Sunday, August 26, 2007
La frase
Manu Chao, La vida libre, http://www.elpais.com/
Thursday, July 12, 2007
Estocolmo (I)
Me bajo del avión y huelo el vacío. El aire en Suecia tiene olores menos densos que en mi ciudad. El frío congela la vida. Las calles no huelen a nada, la nieve no tiene olor. Dentro de los edificios se mezcla el aséptico aroma a hospital, con el de madera y el de comida recalentada (aquí es muy común llevar la comida de casa al trabajo y calentarla en el microondas). Pero a lo que iba, me estaba bajando del avión y después de olfatear, busco el autobús al centro de la ciudad.
En el autobús dos inglesas me oyen hablando por el móvil e intentan llamar mi atención soltando alguna palabra en español. Yo les había escuchado antes hablando inglés y me parecían dos gilipollas, no les hice ni caso.
Miraba por la ventanilla el asqueroso paisaje urbano: cemento y muerte. Edificios de fachada rectangular, con entradas rectangulares y todas sus putas ventanas del mismo minúsculo tamaño, perfectamente alineadas. ¿Quién tendría cojones de entrar por esa puerta a trabajar? Imagínate hacerlo a las ocho de la mañana, todos los días allí clavado, durante cuarenta años. Por la ventana verías las ventanas de los edificios de enfrente. Seguro que abres una puerta de esas oficinas y ves a un tío con máscara de cuero dando latigazos al conserje, como le ocurrió a K… o a uno disfrazado de peluche arrodillado comiéndole la polla a otro colega vestido de payaso, como en aquella peli del maestro cuyo nombre es otra K. Antes que vivir así me hago okupa en Barcelona o hippie en
Estos edificios industriales tenían en sus tejados un luminoso con el logo de la empresa. Unos logos súper guays, con colorines. Me imagino al publicista que los diseñara vendiéndole la moto a sus clientes: “Este símbolo transmite ganas de vivir, este color añade alegría y confianza, con este otro nos ganaremos el amor de los niños…”. Pues colocado en el tejado de una colmena gris de cubículos daba aún más ganas de suicidarte, porque te recordaba lo asquerosamente falso que es todo en la sociedad de consumo. Eso sí, con su logo megaguay, su bonito envoltorio y su inversión en publicidad para convencer de que te va a satisfacer. Que os follen, a mí no me engañáis.
Me estoy imaginando otra cosa… ¡buff!: La leche sería si dentro de esos hormigueros pudieses ver por la tele uno de los vídeos chungos del grupo Kent. Eso sería poner a un ser humano a prueba.
Otro de los maravillosos edificios tenía toda la fachada cubierta por planta enredadera. Toda ella MUERTA, de color gris, sin una sola hoja. Podía ver por sus ventanas asomándose a uno de los hombres grises arrancando la última hoja verde de la enredadera para hacerse un canuto y diciendo: “Ya les hemos quitado el tiempo y nos hemos pelado a Momo, ¡a ver qué coño nos fumamos ahora¡”
Entre grandes bloques de oficinas, en un pequeñísimo parque veo una biblioteca. La biblioteca más pequeña que he visto en mi vida, más pequeña que la de Jardín de Málaga. Parecía estar vacía, pero había un viejo que apoyaba la cabeza en sus manos y los codos en el mostrador. Bonito lugar de trabajo: abres la puerta y ves tres mesas vacías, cuatro estantes de libros y tu pedazo de mostrador. Afuera árboles muertos, ningún niño alrededor. En la de Jardín de Málaga por lo menos hay niños pegando “boleones” a la puerta para dar por saco. Yo mismo me metía con los gamberros de la clase a ver cómo hacían de las suyas. Si trabajase en la biblioteca sueca me gustaría que el Butra y su panda vinieran a darme por culo. Mira, ya tendría algo que hacer, dos ostias si se pasan de la raya o simplemente hacerme el tontito y entretenerme observándolos. Y si meten un “boleón”, salgo y empeño la pelota: Eso es hacer ejercicio en horas de trabajo, maravilloso para mi salud.
Tuesday, May 22, 2007
La Cara Norte.
No soy lo que poseo (que es NADA), no obstante, lo que guardo en mi mochila puede dar algunas pistas.
A todos sitios voy con ella: La universidad, el trabajo, a patinar, al pub irlandés, a la taberna española. A buscar spots, a surfear, a ver el fútbol, a leer el periódico en la calle. A mirar el mar.
Ahí dentro llevo por ejemplo, el proyecto fin de carrera. Unos kilos de papel y otros cuantos CD. La culminación de casi una década de lucha por sacar la familia adelante y labrarme un futuro acorde a mi estúpidamente ambicioso cerebro, metida en una bolsa que va de un lado a otro con media cremallera abierta. Hace poco un coche de policía se paró a mi lado en un semáforo. El copiloto miró el monopatín. Miró las zapatillas. Mis pantalones, mi pulsera, las pegatinas del casco… y cuando lo vio todo, buscó contacto visual. Encontró mis ojos entre la ranura del caso. Su muesca chulesca se enderezó, metió su brazo vacilante en el coche y sacó media cabeza: - Lleva usted la mochila algo abierta. Le di las gracias mientras le respondía en mi imaginación – Ah, no importa… total, para lo que me va a servir el puto proyecto, por mí como si le prenden fuego. Dos semanas después me robaban la moto delante de casa, espero que la policía siga tan observadora y encuentre lo que quede de ella.
Llevo también mucha música con la que vestir mis estados de ánimos, pintar las incoloras horas de monotonía y enchufar energía en los entrenamientos. Esas imprescindibles notas destrozan las cadenas del deber en los descansos mentales que secretamente doy a mi mente cuando trabajo; son, asimismo, el viento que me empuja cuando ruedo en el patín o la inyección de valentía que necesito para atacar de nuevo esa barandilla y deslizarla. Joder, donde he puesto la canción de Bloc Party, que sin ella no me atrevo.
Esta bolsa con asas es impertérrito acompañante ante las malas noticias. En mi hombro está un compañero que me da su hombro; buen amigo, siempre que lloro a solas me acompaña. No son contradicciones.
También en ella guardo mi ropa: El estilo que quiero plasmar y el que proyecto inconscientemente. La moda puede ser una inmediata forma de arte con la que impregnar en el día la sensibilidad que me acompaña en cada despertar. No falta la gorra o el sombrero para quitarme los pelos de la cara que si no, no veo los flips. Hoy toca sombrero, el dandy se ha levantado coqueto.
Los papeles de la moto van fijos. Los documentos legales de esa scooter que compré para poder dejar de coger cuatro transportes diarios en mi camino hacia la facultad o el trabajo. La moto que unos hijos de puta me robaron. Robasteis a un pobre, cabrones, no tenéis justificación.
Las gafas de sol: Mi tez blanca, pecas y el pelo rojo me hacen muy débil ante el sol. De pequeño tenía pesadillas con que el sol me cegaba: No podía abrir los ojos aunque lo intentara. Todo se volvía insoportablemente blanco, me desorientaba. Ni mis manos tapándome la cara podían cubrirme de ser deslumbrado. Las gafas de sol son mi armadura. Cuando entro en los centros comerciales las llevo puestas; no es que quiera ir de estrella, es para protegerme de tanta gilipollez: No quiero comprar un loro de Madagascar para el que habéis sacrificado a veinte en el camino. No quiero gastarme tres euros en unas palomitas que me puedo hacer en casa. No quiero contratar un centro de vacaciones, antes me suicido. No me compraré el móvil de última generación, yo sólo lo uso para llamar. No voy a sacarme la tarjeta de cliente frecuente, señorita, ¿puedo irme ya? Que no quiero leer el libro de Dan Brown, ni escuchar el top ten de música. No necesito esas herramientas de bricolaje, por muy engañosamente baratas que las publiciten. Yo venía a por carne, leche, vino y garbanzos, tampoco necesito yogur con biometaoligoelementos trifásicos. Sólo me bajo las gafas un segundo para mostrar mis ojos a la señorita cajera cuando le doy las gracias.
Más cosas que llevo en la mochila: Pastillas. Mi cerebro va a mil por hora, no descansa. Los dolores de cabeza son diarios. Los mareos, frecuentes. Las resacas y sus posteriores depresiones, ocasionales.
Unos guantes de entrenamiento y la botellita de agua.
Chocolate. Mis sedientas neuronas beben cacao y azúcar constantemente.
La multi-herramienta del monopatín. Una all in one para afinar el skate como si de una guitarra española se tratara.
Libros. Los de verdad, no los de la “uni”. Esos que me suben a la cumbre hasta alcanzar la perspectiva desde la que tomar Las Decisiones.
El mismo feo estuche de propaganda que uso desde el instituto. Simboliza mi sempiterna pobreza y la lucha que he emprendido contra el destino programado por mi entorno: Desde un escritorio, con mesa, papel y boli como únicas armas materiales.
Todo lo que he mencionado es lo que tengo. No tengo nada, y por tanto nada que perder. Sin posesiones y el objetivo claro soy difícil de vencer. Ser pobre me ha hecho, de alguna manera, LIBRE.
No tengo más que a mí mismo, lo que yo sea y como sea con los demás. Mi capacidad, mi criterio. Desde luego no soy lo que poseo, sino lo que soy ahora y lo que quiero llegar a ser. Tener claro esto me ha ayudado a invertir en mi mismo, en mi proyecto como Hombre.
¿No adivina aún el lector la marca de la mochila? Era la más grande de la tienda. El Señor F se reía de mí cuando la compré porque me la probaba de distintos colores delante del espejo, como si fuese una prenda de ropa. Una North Face. Cara de nórdico dicen algunos que tengo. Y allí emigro, a la cara norte del mapa.
De una de sus asas cuelga una etiqueta de identificación de Iberia. La he dejado puesta porque llevarla me alivia. Como cuando me siento en la biblioteca de la universidad junto a una ventana para que mi alma respire, del mismo modo que el animal enjaulado mete el hocico entre los barrotes para engañarse y sentirse más fuera, más cerca de la jungla. Otro día hablaré de la jungla. Ver la etiqueta me recuerda que he viajado, que he estado fuera de la celda. Juego con ella abriéndola y cerrándola; entonces inspiro… y retornan los recuerdos de haber VIVIDO, junto con la esperanza de volver a hacerlo, de volver a viajar.
Cuando me largue de nuevo lo haré con mi mochila, eso seguro. Su peso hundiendo mis hombros me hace tan, tan ligero. En ese momento mi organismo recuerda todo esto que he contado antes y al subirla sobre mi espalda se abraza a mí produciéndome unas cosquillas que me preparan para la ascensión… todo mi cuerpo, toda mi mente se preparan para despegar…
Se preparan para VOLAR.
Thursday, April 19, 2007
La frase
“Una persona que cree una mentira está obligada por ella a vivir ‘en su propio mundo’, un mundo en el que los demás no pueden entrar y en el que ni siquiera el mentiroso reside de verdad”.
Harry Frankfurt.