Thursday, July 12, 2007

Estocolmo (I)

Me bajo del avión y huelo el vacío. El aire en Suecia tiene olores menos densos que en mi ciudad. El frío congela la vida. Las calles no huelen a nada, la nieve no tiene olor. Dentro de los edificios se mezcla el aséptico aroma a hospital, con el de madera y el de comida recalentada (aquí es muy común llevar la comida de casa al trabajo y calentarla en el microondas). Pero a lo que iba, me estaba bajando del avión y después de olfatear, busco el autobús al centro de la ciudad.


En el autobús dos inglesas me oyen hablando por el móvil e intentan llamar mi atención soltando alguna palabra en español. Yo les había escuchado antes hablando inglés y me parecían dos gilipollas, no les hice ni caso.


Miraba por la ventanilla el asqueroso paisaje urbano: cemento y muerte. Edificios de fachada rectangular, con entradas rectangulares y todas sus putas ventanas del mismo minúsculo tamaño, perfectamente alineadas. ¿Quién tendría cojones de entrar por esa puerta a trabajar? Imagínate hacerlo a las ocho de la mañana, todos los días allí clavado, durante cuarenta años. Por la ventana verías las ventanas de los edificios de enfrente. Seguro que abres una puerta de esas oficinas y ves a un tío con máscara de cuero dando latigazos al conserje, como le ocurrió a K… o a uno disfrazado de peluche arrodillado comiéndole la polla a otro colega vestido de payaso, como en aquella peli del maestro cuyo nombre es otra K. Antes que vivir así me hago okupa en Barcelona o hippie en la Bolonia de Cádiz.


Estos edificios industriales tenían en sus tejados un luminoso con el logo de la empresa. Unos logos súper guays, con colorines. Me imagino al publicista que los diseñara vendiéndole la moto a sus clientes: “Este símbolo transmite ganas de vivir, este color añade alegría y confianza, con este otro nos ganaremos el amor de los niños…”. Pues colocado en el tejado de una colmena gris de cubículos daba aún más ganas de suicidarte, porque te recordaba lo asquerosamente falso que es todo en la sociedad de consumo. Eso sí, con su logo megaguay, su bonito envoltorio y su inversión en publicidad para convencer de que te va a satisfacer. Que os follen, a mí no me engañáis.


Me estoy imaginando otra cosa… ¡buff!: La leche sería si dentro de esos hormigueros pudieses ver por la tele uno de los vídeos chungos del grupo Kent. Eso sería poner a un ser humano a prueba.


Otro de los maravillosos edificios tenía toda la fachada cubierta por planta enredadera. Toda ella MUERTA, de color gris, sin una sola hoja. Podía ver por sus ventanas asomándose a uno de los hombres grises arrancando la última hoja verde de la enredadera para hacerse un canuto y diciendo: “Ya les hemos quitado el tiempo y nos hemos pelado a Momo, ¡a ver qué coño nos fumamos ahora¡”


Entre grandes bloques de oficinas, en un pequeñísimo parque veo una biblioteca. La biblioteca más pequeña que he visto en mi vida, más pequeña que la de Jardín de Málaga. Parecía estar vacía, pero había un viejo que apoyaba la cabeza en sus manos y los codos en el mostrador. Bonito lugar de trabajo: abres la puerta y ves tres mesas vacías, cuatro estantes de libros y tu pedazo de mostrador. Afuera árboles muertos, ningún niño alrededor. En la de Jardín de Málaga por lo menos hay niños pegando “boleones” a la puerta para dar por saco. Yo mismo me metía con los gamberros de la clase a ver cómo hacían de las suyas. Si trabajase en la biblioteca sueca me gustaría que el Butra y su panda vinieran a darme por culo. Mira, ya tendría algo que hacer, dos ostias si se pasan de la raya o simplemente hacerme el tontito y entretenerme observándolos. Y si meten un “boleón”, salgo y empeño la pelota: Eso es hacer ejercicio en horas de trabajo, maravilloso para mi salud.


El autobús llega a la última parada. Al bajar, una vista de hierro y cables: Las diez vías de la estación de ferrocarril discurren a veces paralelas, a veces cruzándose, vigiladas por torres de electricidad que sostienen bellos cables de alta tensión. Miro al cielo oscuro e inspiro ese aire aséptico y frío: He llegado a Estocolmo.


Tuesday, May 22, 2007

La Cara Norte.

En la mochila llevo todo cuanto tengo.

No soy lo que poseo (que es NADA), no obstante, lo que guardo en mi mochila puede dar algunas pistas.

A todos sitios voy con ella: La universidad, el trabajo, a patinar, al pub irlandés, a la taberna española. A buscar spots, a surfear, a ver el fútbol, a leer el periódico en la calle. A mirar el mar.

Ahí dentro llevo por ejemplo, el proyecto fin de carrera. Unos kilos de papel y otros cuantos CD. La culminación de casi una década de lucha por sacar la familia adelante y labrarme un futuro acorde a mi estúpidamente ambicioso cerebro, metida en una bolsa que va de un lado a otro con media cremallera abierta. Hace poco un coche de policía se paró a mi lado en un semáforo. El copiloto miró el monopatín. Miró las zapatillas. Mis pantalones, mi pulsera, las pegatinas del casco… y cuando lo vio todo, buscó contacto visual. Encontró mis ojos entre la ranura del caso. Su muesca chulesca se enderezó, metió su brazo vacilante en el coche y sacó media cabeza: - Lleva usted la mochila algo abierta. Le di las gracias mientras le respondía en mi imaginación – Ah, no importa… total, para lo que me va a servir el puto proyecto, por mí como si le prenden fuego. Dos semanas después me robaban la moto delante de casa, espero que la policía siga tan observadora y encuentre lo que quede de ella.

Llevo también mucha música con la que vestir mis estados de ánimos, pintar las incoloras horas de monotonía y enchufar energía en los entrenamientos. Esas imprescindibles notas destrozan las cadenas del deber en los descansos mentales que secretamente doy a mi mente cuando trabajo; son, asimismo, el viento que me empuja cuando ruedo en el patín o la inyección de valentía que necesito para atacar de nuevo esa barandilla y deslizarla. Joder, donde he puesto la canción de Bloc Party, que sin ella no me atrevo.

Esta bolsa con asas es impertérrito acompañante ante las malas noticias. En mi hombro está un compañero que me da su hombro; buen amigo, siempre que lloro a solas me acompaña. No son contradicciones.

También en ella guardo mi ropa: El estilo que quiero plasmar y el que proyecto inconscientemente. La moda puede ser una inmediata forma de arte con la que impregnar en el día la sensibilidad que me acompaña en cada despertar. No falta la gorra o el sombrero para quitarme los pelos de la cara que si no, no veo los flips. Hoy toca sombrero, el dandy se ha levantado coqueto.

Los papeles de la moto van fijos. Los documentos legales de esa scooter que compré para poder dejar de coger cuatro transportes diarios en mi camino hacia la facultad o el trabajo. La moto que unos hijos de puta me robaron. Robasteis a un pobre, cabrones, no tenéis justificación.

Las gafas de sol: Mi tez blanca, pecas y el pelo rojo me hacen muy débil ante el sol. De pequeño tenía pesadillas con que el sol me cegaba: No podía abrir los ojos aunque lo intentara. Todo se volvía insoportablemente blanco, me desorientaba. Ni mis manos tapándome la cara podían cubrirme de ser deslumbrado. Las gafas de sol son mi armadura. Cuando entro en los centros comerciales las llevo puestas; no es que quiera ir de estrella, es para protegerme de tanta gilipollez: No quiero comprar un loro de Madagascar para el que habéis sacrificado a veinte en el camino. No quiero gastarme tres euros en unas palomitas que me puedo hacer en casa. No quiero contratar un centro de vacaciones, antes me suicido. No me compraré el móvil de última generación, yo sólo lo uso para llamar. No voy a sacarme la tarjeta de cliente frecuente, señorita, ¿puedo irme ya? Que no quiero leer el libro de Dan Brown, ni escuchar el top ten de música. No necesito esas herramientas de bricolaje, por muy engañosamente baratas que las publiciten. Yo venía a por carne, leche, vino y garbanzos, tampoco necesito yogur con biometaoligoelementos trifásicos. Sólo me bajo las gafas un segundo para mostrar mis ojos a la señorita cajera cuando le doy las gracias.

Más cosas que llevo en la mochila: Pastillas. Mi cerebro va a mil por hora, no descansa. Los dolores de cabeza son diarios. Los mareos, frecuentes. Las resacas y sus posteriores depresiones, ocasionales.

Unos guantes de entrenamiento y la botellita de agua.

Chocolate. Mis sedientas neuronas beben cacao y azúcar constantemente.

La multi-herramienta del monopatín. Una all in one para afinar el skate como si de una guitarra española se tratara.

Libros. Los de verdad, no los de la “uni”. Esos que me suben a la cumbre hasta alcanzar la perspectiva desde la que tomar Las Decisiones.

El mismo feo estuche de propaganda que uso desde el instituto. Simboliza mi sempiterna pobreza y la lucha que he emprendido contra el destino programado por mi entorno: Desde un escritorio, con mesa, papel y boli como únicas armas materiales.

Todo lo que he mencionado es lo que tengo. No tengo nada, y por tanto nada que perder. Sin posesiones y el objetivo claro soy difícil de vencer. Ser pobre me ha hecho, de alguna manera, LIBRE.

No tengo más que a mí mismo, lo que yo sea y como sea con los demás. Mi capacidad, mi criterio. Desde luego no soy lo que poseo, sino lo que soy ahora y lo que quiero llegar a ser. Tener claro esto me ha ayudado a invertir en mi mismo, en mi proyecto como Hombre.

¿No adivina aún el lector la marca de la mochila? Era la más grande de la tienda. El Señor F se reía de mí cuando la compré porque me la probaba de distintos colores delante del espejo, como si fuese una prenda de ropa. Una North Face. Cara de nórdico dicen algunos que tengo. Y allí emigro, a la cara norte del mapa.

De una de sus asas cuelga una etiqueta de identificación de Iberia. La he dejado puesta porque llevarla me alivia. Como cuando me siento en la biblioteca de la universidad junto a una ventana para que mi alma respire, del mismo modo que el animal enjaulado mete el hocico entre los barrotes para engañarse y sentirse más fuera, más cerca de la jungla. Otro día hablaré de la jungla. Ver la etiqueta me recuerda que he viajado, que he estado fuera de la celda. Juego con ella abriéndola y cerrándola; entonces inspiro… y retornan los recuerdos de haber VIVIDO, junto con la esperanza de volver a hacerlo, de volver a viajar.

Cuando me largue de nuevo lo haré con mi mochila, eso seguro. Su peso hundiendo mis hombros me hace tan, tan ligero. En ese momento mi organismo recuerda todo esto que he contado antes y al subirla sobre mi espalda se abraza a mí produciéndome unas cosquillas que me preparan para la ascensión… todo mi cuerpo, toda mi mente se preparan para despegar…

Se preparan para VOLAR.

Thursday, April 19, 2007

La frase

Una persona que cree una mentira está obligada por ella a vivir ‘en su propio mundo’, un mundo en el que los demás no pueden entrar y en el que ni siquiera el mentiroso reside de verdad”.

Harry Frankfurt.

Monday, March 26, 2007

La frase

"La auténtica libertad que hay que defender es siempre la libertad de quienes piensan distinto".

Editorial de El País, 24 de Marzo de 2007

Tuesday, March 6, 2007

Cositas que pasan por España

Han intentado linchar a un juez. Los asaltantes desconocían su condición. El motivo: Un ejemplar de El País le asomaba bajo el brazo cuando transitaba.

Mientras, la extrema derecha sigue calentando la calle.

Thursday, February 22, 2007

Good night and good luck.

El siguiente programa irá sobre McCarthy. E iremos a por él”.


Una película de periodistas para acabar el largo día de trabajo. La frase la dice Fred Friendly a su equipo de reporteros. Se van a meter hasta el cuello en una noticia que les puede costar más que el puesto de trabajo; les une el compañerismo, el honor y la lucha por la verdad. Van a “lanzar piedras contra gigantes”.

La escena me hace recordar una anécdota que hace tiempo me contó mi madre: En una reunión sindical, se discutía si ir a la huelga en la empresa. La presión que iban a hacer los trabajadores era seria, y nadie podía asegurarles cómo iba a acabar la cosa. Uno de los compañeros que estaba cerca de ella durante la reunión abrió con discreción y mano temblorosa su monedero, miró la foto de sus niños durante unos segundos… y se dijo en voz baja: “Adelante”.

Aunque sea una película, está basada en los hechos reales de la Caza de Brujas americana. Cuando les escucho siento un impulso, algo que me empuja a levantarme y apoyarles. ¡Qué huevos tienen!

Demasiados evitan meterse en terrenos pantanosos cuando se trata de su puesto de trabajo. Los hay que se meten en el ajo por coherencia y honestidad. Hoy soy de los que, inspirado por los hechos relatados en el film, y quién sabe si inconscientemente, desea meterse en el ajo pero está lejos de la batalla: El laboratorio de ingeniería no es la redacción de un periódico.

La cinta transcurre con escenas de pasillos, reuniones, conversaciones ágiles, tirantes y corbatas, swing y whiskey, jazz y cigarrillos. Lanza temas que no envejecen, como al decir que McCarthy “no creó la situación de miedo, sólo la explotó”. Esto me recuerda a actuaciones de gobernantes que vemos todos los días en los telediarios. O cuando Edward Murrow se pregunta por qué no incluir cuñas, de carácter didáctico sobre temas políticos, en programas de entretenimiento y gran audiencia. Un instrumento tan poderoso como la televisión podría contribuir a mejorar la educación, la cual determina el futuro de la nación. El mismo periodista ante los ataques que recibe por sus denuncias, resalta que discrepancia no es igual a deslealtad, otro matiz que no por antiguo deja de ser útil actualmente.

En vez del Scotch con el que estos reporteros aflojan corbata y tensión en la barra del bar, agarro copa y botella de Rioja para saborear este cine en blanco y negro. “Buenas noches” le digo al espejo. Tras unas copas, con el suave jazz haciendo de canción de cuna, me quedo profundamente dormido… y sueño… Sueño en blanco y negro. Sueño que siendo ingeniero, llega la hora de ejercer mi responsabilidad. Ya estoy en el ajo… esto no es tan guay como parecía en la peli. Las piernas me tiemblan. La decisión que tome afecta a mi puesto de trabajo, pero afecta a todos los demás, afecta al avance, o la defensa ante retrocesos, de algunos derechos sociales. Es mi hora. Entonces, meto la mano en el bolsillo… saco el monedero… lo abro para mirar la foto de mis hijos y de mi mujer, cuando… escucho un sonido crujiente y dulce: Es la voz de Edward Murrow, como salida de un gramófono, que me susurra… “buena suerte”.

La voy a necesitar, hermano.

Thursday, February 8, 2007

Cruzando líneas

Echo el patín al suelo, me subo de un salto y me impulso hacia delante…

En ese instante la realidad cambia, yo cambio. Todo mi cuerpo se relaja, respiro mejor, la sangre de mi corazón fluye más suavemente, me siento ligero… el viento en mi cara limpia la expresión de angustia y preocupación, para rescatar la sonrisa y la mirada del niño. El niño que en su cuarto se siente protegido y juega sin descanso, como si la vida se redujese a divertirse con un juguete, sobre unos cojines, mientras le dejen.

Observo la plaza y a los otros skaters. Están concentrados en su siguiente truco, la mayoría de ellos no compite sino contra sí mismos. Como en cada grupo humano, hay todo tipo de personajes: los tranquilos, los simpáticos, los serios, agresivos, apáticos, vacíos, competitivos, vitalistas, sociables, solitarios, educados, insoportables, tímidos, arrogantes, los sectarios, los que sólo disfrutan de su hobbie… de diferente edad, posición social y nivel de skatin’. Tener el patín en común con ellos te acerca a conocer algo de sus vidas, un espectro de posibilidades que siempre es interesante: Desde el delincuente hasta el niño rico, del currante al señorito, del paleto al modernillo, del buena persona al miserable. De todos se aprende mucho más que un truco nuevo.

Me pongo los auriculares y ruedo hacia una zona vacía de la plaza. Una cantante folk americana me cuenta con suave voz, y agradables melodías, la amargura de la existencia, la dureza de las pruebas de la vida. Paso junto a unos escalones; al final de ellos se sienta un vagabundo. Tiene la cara quemada por el sol y está descalzo. A su lado un cartón de vino vacío le recuerda la razón de su resaca. Le habla a… nadie. Ha perdido la cabeza. Me pregunto cómo sería su vida, antes de dejar de ser un hombre. Vuelve a quedarse dormido, el ruido de mi patín le había molestado. Antes de romper a llorar decido hacer algo quizá egoísta: Me acerco a un bar y pido un café en vaso de plástico. El alcohólico ahora está medio dormido. Le doy un golpecito y le señalo el vaso. Espero a que lo coja y dé el primer sorbo antes de irme. Quizá egoísta porque lo he hecho por mí.

Decido ir patinando hacia otro spot. Miro al suelo mientras voy rodando… Observo cómo el nose va atravesando las líneas del pavimento, una tras otra… son rayas distintas, finas o gruesas, de distintos colores y texturas…

Son muchas las líneas que uno cruza cuando patina. Las leyes son unas ellas: está prohibido patinar en la ciudad. El inerte mobiliario urbano está diseñado para sentarse o apoyarse en él: Prefiero saltar dicho límite, sobre ese uso establecido, para deslizarme y aprovechar mi entorno en la manera que yo he decidido. Hoy tengo vida para regalar y el agraciado es ese pedazo de frío mármol.

¿Siguiente frontera? La edad: A mis años debería ir los domingos a sentarme en un bar y ver el fúmbol, ya soy grandecito para “jugar al monopatín”. Me encanta atravesar esta norma social y disfrutar patinando sin pensar en la fecha de nacimiento que pone en mi DNI.

Incluso para practicar un deporte hay que seguir un reglamento; en el skate, no. Basta con que te digan lo que no se puede, no se debe, o simplemente no es guay hacer con la tabla, para que intentes hacerlo ¿porqué no probar? ¡Vamos a darle un tiro!

Cuando patino siento que estoy VIVO.

La energía vital que me devuelve el patinar me inspira a seguir escribiendo líneas en papel, y a cruzar todas las que se pongan delante de mi tabla, ya sean surcos en la acera o estúpidas costumbres sociales. Estoy preparado para saltar y acostumbrado a caer. Muy acostumbrado a caer.

Siguiente línea, por favor.